lunes, 18 de enero de 2010

Tú eres uno de estos mensajeros.



¿Yo?
Sí ¿Lo crees?
¡Es algo tan difícil de aceptar! Quiero decir, que todos queremos ser especiales...
... todos sois especiales...
... y aquí interviene el ego -al menos a mí me sucede-, y trata de hacernos sentir de algún modo «elegidos» para una tarea extraordinaria. Constantemente tengo que luchar contra este ego, y tratar de depurar una y otra vez cada uno de mis pensamientos, palabras y obras, procurando mantener con ello mi crecimiento personal. De modo que resulta muy difícil oír lo que dices, puesto que soy consciente de que ello afecta a mi ego, y he pasado toda mi vida luchando contra él.
Sé que lo has hecho.
Y a veces con no demasiado éxito.
Lamento tener que estar de acuerdo en eso.
Sin embargo, siempre que has acudido a Dios, has dejado a tu ego de lado. Más de una noche has rogado y suplicado claridad e implorado inspiración al cielo, y no para poder enriquecerte o verte colmado de honores, sino desde la profunda pureza de la simple ansia de conocimiento.
Sí.
Y Me has prometido, una y otra vez, que te obligarías a ti mismo a conocer, que pasarías el resto de tu vida -todos los momentos de lucidez- compartiendo la Verdad Eterna con los demás... no por la necesidad de gloria, sino debido al profundo deseo de tu corazón de poner fin al dolor y al sufrimiento de los demás; de llevarles el júbilo y la alegría, de ayudarles y sanarles; de despertar de nuevo en ellos el sentimiento de unión con Dios que tu siempre has experimentado.
Sí, es cierto.
De modo que te he elegido para que seas Mi mensajero. A ti, y a muchos otros. Por ahora, en el futuro más inmediato, el mundo requerirá muchas trompetas para que la llamada suene con potencia. El mundo necesitará muchas voces para declarar la palabra de la verdad y la reconciliación a tantos millones. El mundo necesitará muchos corazones unidos en la obra del alma y preparados para realizar la obra de Dios.
¿Puedes afirmar honradamente que no eres consciente de ello?
No.
¿Puedes negar honradamente que es por eso por lo que has venido?
No.
¿Estás dispuesto, pues, a decidir y declarar por medio de este libro tu propia Verdad Eterna, y a anunciar con claridad la gloria de la Mía?
¿Debo incluir estos últimos cambios en el libro?
No debes hacer nada. Recuerda que en nuestras relaciones no tienes ninguna obligación. Sólo oportunidades. ¿Acaso no es esta la oportunidad que habías estado esperando toda tu vida? ¿Acaso no te has consagrado a esta misión -y a la preparación necesaria para realizarla- desde los primeros momentos de tu juventud?
Sí.
Entonces, no hagas lo que estés obligado a hacer, sino lo que tengas oportunidad de hacer.
En cuanto a poner todo esto en nuestro libro, ¿por qué no ibas a hacerlo? ¿Crees acaso que quiero que seas un mensajero en secreto?
No, supongo que no.
Se necesita mucho valor para declararse uno mismo un hombre de Dios. ¿Entiendes que el mundo te aceptará más fácilmente como cualquier otra cosa antes que como un hombre de Dios, un auténtico mensajero? Cada uno de mis mensajeros ha sido humillado. Lejos de alcanzar la gloria, no han alcanzado sino la congoja en su corazón.
¿Estáis dispuesto? ¿Aceptará tu corazón la congoja de proclamar la verdad sobre Mi? ¿Estás dispuesto a aguantar la burla de los demás seres humanos? ¿Estás preparado para renunciar a la gloria en la Tierra a cambio de la plena realización de la mayor gloria del alma?
De repente, Dios, haces que todo esto parezca bastante difícil.
¿Quieres que lo tomemos a broma?
Bueno, podríamos quitarle un poco de hierro.
¡Eh, que Yo soy partidario de quitar hierro a las cosas! ¿Por qué no terminamos este capítulo con un chiste?
¡Buena idea! ¿Sabes alguno?
No; pero tú sí. Explica aquel de la niña que está dibujando un retrato...
¡Ah, sí, ese! De acuerdo. Allá va: una madre entra un día en la cocina; y encuentra a su hija pequeña sentada a la mesa, rodeada de lápices de colores, profundamente concentrada en un retrato que está dibujando. «Hija, ¿qué estás dibujando con tanto interés?», pregunta la madre. «Es un retrato de Dios, mamá», responde la niña con ojos brillantes. «¡Oh, cariño, qué encantador! -dice la madre, tratando de ser útil-; pero, ¿sabes?, nadie sabe realmente cómo es Dios.»
«Bueno -protesta la pequeña-, ¡pero déjame terminarlo... !»
Es un bonito chiste. ¿Sabes qué es lo más bonito? ¡Que la niña no tenía duda de que sabía exactamente cómo dibujarme!
Cierto.
Ahora te explicaré Yo a ti una historia, y con ella podremos dar por terminado este capítulo.
De acuerdo.
Había una vez un hombre que un buen día se dio cuenta de que estaba dedicando una serie de horas cada semana a escribir un libro. Día tras día, corría a coger su lápiz y su cuaderno -a veces en mitad de la noche- para plasmar cada nueva inspiración. Finalmente, alguien le preguntó qué tenía entre manos.
«¡Oh, bueno! -respondió-, estoy poniendo por escrito una larga conversación que estoy manteniendo con Dios.»
«¡Qué encantador! -le respondió su amigo, con indulgencia-; pero, ¿sabes?, nadie sabe realmente con certeza lo que diría Dios.»
«Bueno -sonrió el hombre- ¡pero déjame terminarlo...»