jueves, 9 de diciembre de 2010

LA NATURALEZA DE DIOS

Es la segunda vez en este libro que parece que lances un ataque frontal al fundamentalismo cristiano. Estoy sorprendido.
Tú has elegido la palabra «ataque». Yo simplemente he abordado la cuestión. Y la cuestión, por cierto, no es el «fundamentalismo cristiano», como tu dices. Es la naturaleza de Dios, y de la relación de Dios con el hombre.
La cuestión ha surgido porque estábamos tratando del asunto de las obligaciones; en las relaciones y en la propia vida.
No puedes creer en una relación libre de obligaciones si no aceptas quién y qué eres realmente. A una vida de completa libertad tú la llamas «anarquía espiritual». Yo la llamo la gran promesa de Dios.
Sólo en el contexto de esta promesa puede completarse el magnífico plan de Dios.
No tienes ninguna obligación en tus relaciones. Tienes únicamente oportunidades.
Las oportunidades, no las obligaciones, constituyen la piedra angular de la religión, las bases de toda espiritualidad. Si lo ves al revés, entonces no lo entiendes.
La relación -vuestras relaciones con todas las cosas- se creó como una herramienta perfecta para el trabajo del alma. He ahí por qué todas las relaciones humanas son «tierra santa». He ahí por qué toda relación personal es sagrada.
En esto muchas iglesias tienen razón. El matrimonio es un sacramento. Pero no debido a sus obligaciones sagradas, sino más bien porque constituye una oportunidad inigualable.
En el contexto de las relaciones no hagas nada porque lo percibas como una obligación. Hagas lo que hagas, hazlo con la percepción de la gloriosa oportunidad que las relaciones te proporcionan para decidir, y ser, Quien Realmente Eres.
Escucho esto y, sin embargo, una y otra vez en mis relaciones me he dado por vencido cuando las cosas se han puesto difíciles. El resultado es que he tenido un rosario de relaciones, mientras que cuando era un chiquillo pensaba que tendría sólo una. Parece que no sepa qué es mantener una relación. ¿Crees que alguna vez aprenderé? ¿Qué he de hacer para que eso suceda?
Haces que parezca que mantener una relación significa que ésta ha sido un éxito. Procura no confundir la duración con el trabajo bien hecho. Recuerda que tu tarea en este planeta no consiste en ver cuánto tiempo puedes mantener una relación, sino en decidir, y experimentar, Quién Eres Realmente.
Esto no es un argumento en favor de las relaciones de corta duración; pero tampoco hay necesidad de que sean de larga duración.
Sin embargo aunque no hay tal necesidad se pueden decir muchas cosas de ellas: las relaciones de larga duración proporcionan notables oportunidades para el crecimiento mutuo, la expresión mutua y la mutua satisfacción; y ahí radica su propia recompensa.
¡Lo sé, lo sé! Quiero decir, que siempre lo he sospechado. Entonces, ¿cómo puedo conseguirlo?
En primer lugar, debes estar seguro de que inicias la relación por los motivos correctos. (Utilizo la palabra «correctos» como un término relativo; serían «correctos» en relación al objetivo -más amplio- que tengas en tu vida.)
Como ya he señalado antes, la mayoría de la gente inicia las relaciones por los motivos «equivocados»: poner fin a su soledad, llenar un vacío, conseguir amor o tener alguien a quien amar; y estos son los mejores motivos. Otros lo hacen para tranquilizar su ego, acabar con sus depresiones, mejorar su vida sexual, recuperarse de una relación anterior, o -lo creas o no- para aliviar su aburrimiento.
Ninguno de estos motivos funcionará, y a menos que con el tiempo tenga lugar algún cambio dramático, la relación no saldrá bien.
Yo no he iniciado mis relaciones por ninguno de esos motivos.
Permíteme dudarlo. No creo que sepas por qué has iniciado tus relaciones. No creo que pensaras en ello. No creo que iniciaras tus relaciones con un propósito consciente. Creo que las iniciaste porque te «enamoraste».
Eso es exacto.
Y no creo que te pararas a examinar por qué estabas «enamorado». ¿A qué respondías? ¿Qué necesidad, o conjunto de necesidades, satisfacías?
Para la mayoría de la gente, el amor responde a la satisfacción de una necesidad.
Cada uno sabe lo que necesita. Tú necesitas una cosa; el otro necesita otra. Y cada uno ve en el otro una posibilidad de satisfacer esa necesidad. De modo que se establece un intercambio tácito. Yo te doy lo que tengo si tú me das lo que tienes.
Se trata de una transacción. Pero no decís la verdad al respecto. No decís: «¡Cuánto intercambio contigo!», sino: «¡Cuánto te quiero!», y luego viene el desengaño.

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